La vida de un taxista en Guinea Ecuatorial: entre esfuerzo, estigmas y resistencia social

El gremio enfrenta múltiples desafíos en las vías públicas: precios altos del combustible, repuestos escasos y controles policiales constantes. A esto se suma un sistema laboral informal, donde la mayoría de los taxistas trabajan con vehículos alquilados, obligados a entregar una suma fija diaria al propietario, sin importar si han tenido buena recaudación o no.
En Guinea Ecuatorial, ser taxista es mucho más que conducir un coche. Es un acto diario de resistencia frente a una sociedad que pocas veces reconoce el valor de este oficio. En ciudades como Malabo y Bata, donde el transporte público es limitado, los taxistas sostienen la movilidad urbana con jornadas maratónicas, iniciando al amanecer y terminando entrada la noche. Pero su vida diaria va mucho más allá del tráfico y los pasajeros.
Un conflicto frecuente surge entre conductores y propietarios. Muchos dueños de taxis no comprenden las fluctuaciones económicas que afectan al sector y exigen pagos elevados por la “entrega”, sin considerar si hubo averías, días de lluvia o escasez de pasajeros. Por su parte, algunos taxistas muestran irresponsabilidad con el mantenimiento del vehículo o incumplen con los pagos, generando desconfianza.
Además, el gremio arrastra un estigma social: existe un dicho popular que afirma que “los taxistas son mujeriegos”. Esta imagen, reforzada por casos aislados, daña la percepción pública del colectivo, especialmente en temas de confianza y relaciones personales. Algunos taxistas reconocen que esa fama les cierra puertas, incluso en el ámbito familiar o al momento de establecer relaciones serias.
En 2016, la tensión alcanzó un punto crítico cuando un político declaró que “todos los taxistas son delincuentes”. La indignación fue generalizada. Muchos taxistas reaccionaron con protestas espontáneas y mensajes en redes sociales. En ese contexto surgió la canción “Taxista Yeyeba”, del artista Jaimin Doog, que se convirtió en una respuesta artística al desprecio institucional. La letra defendía la dignidad del trabajo al volante y criticaba la estigmatización social.
A pesar de todo, muchos jóvenes siguen viendo en el taxi una oportunidad para ganarse la vida de forma honesta. El sector, sin embargo, clama por regulación, cooperativas y políticas públicas que garanticen derechos laborales, protección social y una valoración real de su rol en la economía nacional.
La historia del taxista ecuatoguineano es la de un trabajador esencial, marcado por los prejuicios, pero también por la resiliencia. Mientras las ciudades se mueven, ellos siguen en la carretera, enfrentando cada día con esfuerzo, paciencia y esperanza.