El racismo nunca terminará mientras lo

Como dijo el filosofo Hegel, existen dos tipos de “no ser”: el absoluto y el relativo. El primero es lo que no es ni puede llegar a ser. El segundo, lo que no es, pero puede ser. En ese marco, muchos de nosotros no somos blancos ni podemos llegar a serlo. Otro rapero lo dijo claramente: “la frontera está en la piel de cada uno”. El blanco y el negro comparten la misma alma, la misma biología: dos pies, un estómago, un pecho, dos manos, una cabeza, ojos, orejas, nariz, boca. Somos iguales, pero no tratados igual.

El apartheid en Sudáfrica fue una manifestación brutal de ese racismo institucional. Miles de personas murieron antes de que, con el liderazgo de Nelson Mandela, se lograra una Sudáfrica unida. Hoy, sin embargo, el racismo se ha disfrazado de diplomacia y conveniencia. En algunos países parece moda; en otros, política de Estado.

Lo vemos en las diferencias de trato. Los refugiados que huyen de la guerra en Ucrania o Gaza, en su mayoría de piel blanca, son acogidos sin grandes objeciones por gobiernos e instituciones europeas. Mientras tanto, los africanos que escapan del hambre, los conflictos y la miseria son sistemáticamente rechazados, detenidos, e incluso deportados con urgencia. ¿La diferencia? El color de piel.

Muchas instituciones aseguran luchar contra el racismo, pero sus acciones son simbólicas, superficiales. Se multiplican las campañas y las promesas vacías, pero los resultados son mínimos. Por eso, nos preguntamos: ¿realmente terminará el racismo?

Creo que no. Porque el problema no está solo en la política ni en la ley, sino también en el lenguaje, en lo simbólico. Mientras lo negro siga asociado a lo negativo, difícilmente podremos erradicar el racismo. El “pozo negro” es donde descansan las heces. La “lista negra” nombra a terroristas o personas indeseables. La “caja negra” se activa tras la tragedia de un accidente aéreo. El “código negro” conjunto de medidas de castigo para las personas de raza negra emitidas en situaciones de emergencia, amenaza de bomba o sospechas artefacto explosivo. La “cerveza negra” es vista como fuerte y embriagante. Una “serpiente negra” es automáticamente la más peligrosa. El “traje negro” representa el luto. Las “armas, negras” en su mayoría, intimidan o matan. Los “neumáticos negros” que soportan toda la carga en el aterrizaje.

Incluso en el deporte, el sesgo persiste. ¿Por qué ningún jugador africano ha ganado el Balón de Oro, a pesar del talento y trayectoria de figuras como Samuel Eto’o, Didier Drogba, Sadio Mané, Vinicius Jr., Osimhen, Adebayor o Essien? ¿Por qué no hemos visto aún a un Papa negro en la Iglesia católica, más de 500 años después del último?

Los jugadores negros, muchas veces, siguen siendo vistos como una amenaza dentro del campo, no como iguales.

Si de verdad queremos una lucha auténtica contra el racismo, hay que ir más allá de los gestos. Hay que revisar nuestro lenguaje, nuestra simbología, nuestras asociaciones inconscientes. Porque mientras “negro” siga siendo sinónimo de peligro, oscuridad, tragedia o violencia, no podremos hablar del fin del racismo. Y eso empieza por nosotros: por cómo hablamos, cómo pensamos y cómo miramos al otro.

Justo Enzema-Nzá

Licenciado en Ciencia de Información y Periodismo por la UNGE. Está muy ligado al periodismo de investigación. lleva trabajando en los medios de comunicación nacionales desde 2014.

El racismo nunca terminará mientras lo

Jenny Wilson

Publicidad